viernes, 6 de agosto de 2010

“Iglesia, Vaticano, jerarquía…”

Indudable para una mayoría de ciudadanos de todo el mundo, meridianamente claro para casi todo el mundo –estimo- que la Iglesia católica, durante sus 20 siglos de historia, ha actuado a menudo en alianza o connivencia con los poderosos de la Tierra: Europa feudal, terratenientes de todo signo y lugar, oligarcas, militares, dictadores, monarquías tan déspotas y represoras de las libertades como "justificadas" con el llamado derecho divino... En definitiva, una estructura de poder que ha secuestrado el sueño liberador de Jesús de Nazaret, quien predicó sobre todo con vistas a conformar un movimiento pacífico de comunidades fraternas de iguales, no una estructura piramidal de poder.

Sin embargo, retomando las últimas líneas del párrafo anterior (sobre todo lo de sueño liberador de Jesús), sería bueno que no perdiéramos de vista que el mensaje cristiano ha sido y sigue siendo fuente de liberación humana integral. Y que institucionalmente, la Iglesia también ha hecho mucho bien a la humanidad entera –y hace el bien en muchas partes de nuestro atribulado mundo-. Echemos, si no, un vistazo a la inmensa mayoría de los movimientos sociales y de liberación que la humanidad ha conocido en los últimos dos milenios. Con todo, aceptado de buena gana lo anterior, para mí que uno de los problemas capitales de la Iglesia, de la Iglesia de siempre -en realidad, se trata de un problema consubstancial a la condición humana, en todo tiempo, lugar y cultura-, podríamos considerar que no es otro que la tremenda distancia que se da muy a menudo entre lo que enseñan y proponen sus pastores, esto es, su doctrina, el llamado Magisterio, y lo que acaban haciendo muchos de sus hijos e hijas, obispos incluidos.

Un ejemplo -que ya he tenido ocasión de comentar en otros foros-. Hace apenas unos meses en Valencia, en el marco de un congreso sobre el presente y el futuro de la escuela católica, el que fuera arzobispo de la sede primada de Toledo y actual cardenal responsable del dicasterio romano encargado de velar por la liturgia y las normas de los sacramentos, el español Antonio Cañizares, lamentaba que la escuela católica en España no hubiera cumplido bien con su cometido. Y de paso recordaba lo que la propia Iglesia afirma que ha de ser el perfil ideal del profesor de la escuela católica: éste debe ser un evangelizador enamorado de Jesucristo. Sin embargo, hete aquí que me supongo que los obispos han de ser los primeros en conocer y reconocer que, salvo honrosas excepciones, la inmensa mayoría de los profesores de la escuela católica (y de los profesores que imparten Religión católica en la escuela pública, trabajadores y trabajadoras de Cáritas y otras movidas asistenciales, personal sanitario de centros médicos de ideario católico, etcétera) ni son evangelizadores ni están especialmente enamorados de Jesucristo; y mucho menos si cabe se manifiestan como fieles seguidores del Magisterio de la Iglesia, del que por lo general sistemáticamente pasan y descreen.

En verdad, la inmensa mayoría del personal profesional docente de la escuela católica lo hará mejor o peor, su labor docente -y sin duda los habrá muy buenos, bendito sea Dios-, sólo que lo que jode es que el cardenal nos salga ahora con ese pasteleo afirmativo que prácticamente nadie se cree ya: la escuela católica, salvo muy excepcionales casos, no promociona, entre su profesorado contratado, a buenos evangelizadores enamorados de la causa de Jesucristo -cuyos predilectos siguen siendo los pobres, los hambrientos, los marginados: los evangelistas Mateo y Lucas coinciden en este mensaje en sus respectivas versiones de las Bienaventuranzas-. Desde la escuela católica, lo que se sigue promocionando se llama movidas clasistas, burguesas, nepotistas, corporativistas, conservadoras, antimilitantes y desencarnadas... La gente lo sabe, la inmensa mayoría, incluidos, natural, los que más sufren la hipocresía de que las cosas funcionen así -a menudo yo mismo siento que es tan hipócrita e indecente la situación que raya en el absurdo y el cinismo-.

Sólo que la culpa no la tienen los profesionales docentes de la escuela católica, entre los que los habrá excelentes, sin duda, ya lo reconocido, y hasta buenos evangelizadores enamorados de la causa de Jesucristo -pocos, más bien-. La responsabilidad de que las cosas sean como son habría que buscarlas en los responsables de esos centros educativos que toleran todas esas mediocridades, nepotismos, aburguesamientos clasistas, tráfico de influencias y traiciones al ideal que la Iglesia misma establece y propone a todos sus hijos e hijas, no yo que estas líneas escribo, y que sistemáticamente se incumple. De manera que para las muchas personas que conocen que en efecto la realidad de que hablamos aquí y ahora es la que es, ¿qué atractivo puede seguir teniendo la Iglesia? Los que se benefician de que la situación sea la que es, pues eso, se benefician, cojonudo para esos tales; empero, los que ven esa enorme incoherencia, de la que son partícipes incluso los obispos, pues acaban pasando de la Iglesia, lógico, descreyendo de ella, rechazándola, despreciándolo o, sobre todo, ignorándola: la dan por imposible.

Si la palabra hipocresía es la que más sigue sobrevolando, al menos según la consideración de muchísimas personas, sobre los techos, campanarios y actuaciones de la Iglesia universal, ¿pronto volverán a llenarse de fieles los templos? Ni de coña: me temo que la deriva de la secularización y la lenta deserción o apostasía de las mayorías no va a haber dios que pueda pararlas. En gran parte, por culpa de la Iglesia misma, ya he dicho, por su pertinaz y farisaica incoherencia entre lo que enseña y lo que hacen luego, directamente en contra u oposición de la doctrina enseñada, tantos de sus fieles, obispos incluidos. De modo que la Iglesia, que sigue sembrando vientos (los vientos de la incoherencia, la hipocresía, el nepotismo, el tráfico de influencias, el aburguesamiento clasista, el burocratismo...), tendrá que seguir recogiendo tempestades: las tempestades del pasotismo y la total indiferencia hacia ella de mucha gente, las tempestades del descrédito social en que ha venido a caer en España, las tempestades de las crisis de vocaciones y los templos cada día más vacíos, las tempestades de la perplejidad de no pocos de sus hijos que ven estupefactos cómo, después de haber entregado años, esfuerzos y muchos talentos a la causa del Reino, que es la razón de ser de la Iglesia -sacerdotes secularizados en paro (conozco varios casos; piden ayuda insistentemente a la Iglesia y ésta pasa de ellos, más madrastra que madre), ex seminaristas puteados y marginados incomprensiblemente por la institución, etcétera-, la Iglesia los desprecia, no les echa ni una elemental y básica mano misericordiosa, en tanto sigue manteniendo entre su personal profesional a toda ralea de mediocres, burócratas, espiritualistas desencarnados, simples enchufados, trepas y trepillas que se sirven de la Iglesia en beneficio propio, para lanzar sus carreras académicas, por ejemplo; e incluso docentes ateos y agnósticos en la mismísima escuela católica –contra los que nada tengo, sólo que ya conocemos lo que la propia Iglesia afirma al respecto: el profesor de la escuela católica debe ser un evangelizador enamorado de Jesucristo-. Naranjas de la China: ni los obispos que se quejan de eso se creen lo que dicen sobre este asunto, me creo yo.

Desde luego, de las docenas y docenas de profesionales docentes de la escuela católica que yo conozco, evangelizadores y enamorados de Jesucristo y de su Iglesia -insisto, el ideal propuesto no por mí sino por la propia Iglesia-, no me parece conocer a ninguno. A ninguno. Buenos profesionales los habrá, y hasta excelentes hombres y mujeres, honrados, amables, intelectualmente brillantes, adornados con toda clase de valores y virtudes, pero militantes o misioneros enamorados de Jesucristo y de Iglesia, como que no, como que no he tenido la suerte de conocer a ninguno todavía, qué pena, con la alegría que me llevaría conocer a alguno. Y si esto no es hipocresía, que venga Dios y lo vea. O como suele repetir un amigo mío: "Hoy día la Iglesia, al menos en España, parece más puta que santa " -por aquello, no se me escandalicen, de padres de la Iglesia como Agustín de Hipona y Jerónimo, el de la Vulgata: "La Iglesia es una casta meretriz-.

En fin, es lo que hay, sobreabundante.

Julio, 2010. LUIS ALBERTO HENRIQUEZ LORENZO.

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