jueves, 5 de agosto de 2010

“Carta abierta –que no creo que llegue a leer- a Juan José Tamayo Acosta”


Y sin embargo, Juan José Tamayo, permíteme que te replique –a ti, sí, a ti que te ganas la vida con la Teología- que esos grupos o movimientos católicos que tú calificas (¿con desprecio?) como “corifeos” (de los obispos, se entiende, algo así como apéndices de la doctrina del Magisterio), esto es, “los movimientos neoconfesionales” (permíteme: Opus Dei, Camino Neocatecumenal, Renovación Carismática, Legionarios de Cristo, Focolares, etcétera), son los únicos que se expanden, no sin grandes vaivenes y dificultades, cierto (los aires de la secularización siguen siendo muy huracanados, dentro y fuera de la Iglesia) actualmente en la Iglesia católica. Los únicos. Pues ni siquiera el otrora pujante y muy enérgico Movimiento Cultural Cristiano (no digamos Acción Cultural Cristiana o el Instituto Emmanuel Mounier, plataformas de cristianos de izquierda pero no necesariamente progresistas, digo progresistas antipapa al estilo tuyo, pongamos), tengo entendido que crece hoy día, por lo menos de la forma enérgicamente militante con la que solía crecer, ya digo que en plan activista, militante y misionero, hace apenas unos años. Pero lo que es los grupos del progresismo eclesial (cristianos de base y demás familia), no sólo no crecen en absoluto sino que alarmantemente decrecen: suelen acabar siendo engullidos por el progresismo de corte agnóstico y ateo, con el consentimiento tácito o explícito de algún que otro curilla de esos considerados “enrolladitos y chachi pirulis”.

Ignoro por qué sucede así, yo sé en verdad muy poquitas cosas (perplejidades, muchas; orientaciones para el camino, algunas: “sigue más atentamente los pasos y las palabras del sucesor de Pedro, a pesar de las maldades e incoherencias de la Iglesia misma, y del propio sucesor de Pedro, que las palabras y los pasos de quienes parecen tener como ocupación principal atacar al sucesor de Pedro”), aunque sí me viene a la mente ahora un pensamiento del papa Benedicto XVI en alguno de sus libros, no recuerdo cuál pero ello no importa para el caso que aquí seguimos: “Los modelos de cristianismo disiente suelen acabar volviéndose muy sectarios, y por ende muy minoritarios, casi sin seguidores, pues se quedan en un proyecto infructuoso luego de haber vuelto sosa la sal del Evangelio”. Y creo recordar que el Papa luego continuaba su reflexión teológica señalando que también les acaba ocurriendo lo que les acaba ocurriendo porque portan en su interior la semilla del sectarismo, de la discordia, la división, de manera que no tarda en sucederles lo que a todo sarmiento desgajado del tronco de la vid (que se seca y muere).

De todas maneras, es la palabra del Papa contra la tuya, no son diagnósticos míos las líneas inmediatamente precedentes. Y por cierto, no pretendo polemizar. A decir verdad, lo que tú señalas en tu artículo “Católicos, pero menos”, publicado en el periódico La verdad de Murcia, puede que tenga su razón de ser y su buena parte de verdad -la increencia aumenta en España a pasos agigantados, lo institucional está en crisis (la Iglesia católica, la institución por antonomasia en Occidente, no iba a quedar al margen de esa crisis general de las instituciones), los obispos y en general las jerarquías católicas siguen aliándose o siquiera alineándose con los poderosos, con las derechas políticas y culturales; la mujer sigue sin ser suficientemente reconocida en la Iglesia, lo mismo que los seglares, etcétera), solo que para mí que la regeneración moral del catolicismo no ha de proceder tanto de seguir insuflándole más aliento, viento y contenidos secularistas cuanto sí de mirar el testimonio de vida de los santos y santas y conjunto de grandes corrientes de espiritualidad a lo largo y ancho de la historia de la Iglesia. Es decir, purifica y regenera más a la Iglesia detenerse en el testimonio de vida de una santa como la italiana Gianna Beretta Moya –que a imitación de Cristo cumplió en su vida aquello que bien se sabía el gran Emmanuel Mounier, a saber, “hay fidelidades que valen más que la propia vida”-, que devanarse los sesos considerando cómo sería posible cristianizar el feminismo de género. Esto al menos pienso yo –y Benedicto XVI, permíteme, piensa lo mismo-; tú, puede que no.

Porque para mí que el gran problema de la Iglesia católica en estos momentos no es otro que la tremenda y tenebrosa falta de fe de muchos de sus hijos e hijas, obispos incluidos (algunos obispos, quiero decir). O lo que es lo mismo: la incoherencia entre la vida que se hace y la fe que se profesa. De manera que la solución no estaría, por ejemplo, en aceptar sin más o así porque sí el uso de anticonceptivos, como planteas tú en tu artículo, sino en que las autoridades de la Iglesia no contratasen profesionalmente ni depositasen su confianza, para tareas relacionadas con la sanidad, la educación, los servicios sociales, etcétera, a personas contrarias al Magisterio. Así de claro y contundente. Por desgracia, todos esos ámbitos están llenos de personas, más o menos contrarias al Magisterio: mundanos y mundanas, progres egoistizados al máximo, profesionales -que incluso puede que sean buenos en su respectivo oficio o desempeño profesional- de mentalidad burocrática o funcionarial, feministas de mentalidad antifamilia y antinatalista, ex religiosas feministas de género y proabortistas, simples enchufados que apenas arriesgan nada en el camino de la fe, trepas y trepillas que se aprovechan de la Iglesia para hacer carrera académica…

De modo que siendo así la cosa la perplejidad que al menos a mí me resulta más sangrante, digámoslo así, es, ¿por qué tal situación se ha acabado incrustando y de qué manera en el seno de la Iglesia?, esto es, ¿por qué esa gangrena? Para mí que ese es el gran cáncer de la Iglesia, no lo que tú planteas, que no es sino, entiendo yo-perdóname si no he entendido bien tu planteamiento de fondo-, tu deseo de mundanizarla más, a la Iglesia, de secularizarla más, no de hacerla más fiel al Evangelio, es decir, al sueño de su fundador.

2-8-2010. LUIS ALBERTO HENRÍQUEZ LORENZO.

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