Con respecto a la controversia, que de vez en cuando salta a los medios de comunicación, sobre las tensas relaciones existentes en la actualidad entre el actual obispo de la Diócesis de San Sebastián, el prelado guipuzcoano José Ignacio Munilla, y el franciscano también de origen vasco José Arregui –parece ser que en fecha reciente ha trascendido a la luz pública que es deseo del obispo donostiarra que los superiores franciscanos del díscolo Arregui lo destinen lejos, fuera de España, a ser posible al Tercer Mundo-, no quiero entrar en puntualizaciones ni comentarios de índole doctrinal, sino que más bien mi intención es señalar una posible consecuencia que me parece entrever en todo este embrollo, una consecuencia más de alcance pastoral y también eclesial.
Veamos. Considero que si en efecto "se demostrara" que el religioso y sacerdote José Arregui –se me olvidaba señalar que éste es considerado teólogo progresista, heterodoxo, de izquierdas, adscrito a las comunidades cristianas de base; por su parte, el obispo Munilla suele ser calificado de muy ortodoxo, de muy fiel al Magisterio, de muy conservador y de derechas- es un hereje –particular que al parecer él mismo habría reconocido también recientemente-, y la resultante de tal herejía no sería otra que, o bien por decisión propia –como acaba de hacer el sacerdote argentino Nicolás Alessio- o por excomunión acabara abandonando la Iglesia, estaríamos ante otra pérdida lamentable: mucha gente se ha encontrado con la persona de Jesucristo a través del testimonio cercano, entrañable, fraterno, amistoso, comunitario e igualitario de toda una generación de sacerdotes, religiosos y religiosas “hijos e hijas del postconcilio” que han intentando superar las seculares formas del clericalismo, el verticalismo jerárquico, la idea de Iglesia como "sociedad perfecta" más que como Pueblo de Dios que peregrina...
Sacerdotes, religiosos y religiosas identificados con las luchas sociales, con los movimientos populares, con las luchas solidarias, codo con codo con toda suerte de militantes increyentes (ateos, comunistas, librepensadores, libertarios, feministas…) y con los que era posible -y aún lo es, porque aún están ahí, compartiendo escenario con los nuevos curas, recién salidos del horno, en general de apariencia más conservadora-, en pie de igualdad -generalmente desde el tuteo: sacerdotes, religiosas, religiosos y seglares-, crear climas de respeto y de confianza capaces de propiciar desde reflexiones sobre el proceso de la fe personal o respectiva, hasta tomarse unas cañitas y compartir una movida intercultural, pasando por la sencilla práctica del deporte o el compartir gustos musicales, artísticos, cinematográficos...
Creo que hay como un intento, bajo la "consigna" de velar por la sana doctrina católica, de retorno conservador a formas clericales y hasta neoconfesionales que en realidad la mayoría de la gente de nuestro tiempo no está dispuesta a aceptar, puesto que en ellas ve sobre todo el intento de retorno a "la Iglesia de siempre": alianza entre el trono y el altar, conservadurismo cultural, ideológico y político, seculares privilegios para la Iglesia, imposición de un único modelo de ideario moral a una sociedad "adulta", laica, secularizada, plural y democrática.
En realidad, la impresión que se tiene es que para no pocas autoridades de la Iglesia católica –esto es, obispos-, la deriva postconciliar, doctrinal, litúrgica, disciplinar, se salió tanto de madre que se ve como necesario, imprescindible, todo ese proceso de reordenamiento de la fe; a ese reordenamiento, no pocos críticos lo llaman involución eclesial. Para mí, involución o no –en realidad no lo sé a ciencia cierta-, lo que sí traería o podría traer parejo ese proceso es el “finiquito” –he estado a punto de escribir “la patada en el culo”- a un tipo de sacerdote católico, de religioso y de religiosa acaso más preocupados por las luchas sociales que por llevar traje talar; acaso más sensibles al dolor de los pobres y humildes que respetuosos con las formas meramente litúrgicas…
De modo que no puedo sino preguntar: ¿Tan malo ha sido ese estilo de ejercer el ministerio ordenado y la vocación de servicio religiosa consagrada como para pretender borrarlo del firmamento de la Iglesia?
7-8-2010. LUIS ALBERTO HENRÍQUEZ LORENZO
2 comentarios:
En mi opinión lo que está en juego no es tanto la sana doctrina, sino el poder y dominio de la Iglesia Católica que se asienta sobre la dejación de derechos humanos básicos (votos de obediencia, castidad y pobreza) de millones de personas, que incluso renuncian a pensar por sí mismos, o lo hacen tan sólo en la intimidad.
En la era de las telecomunicaciones, que esos pensamientos trasciendan cuestiona el sistema desde sus bases, es lógico que los estén echando. Las jerarquias y el mensaje de Jesús son y han sido mutuamente excluyentes desde su origen.
La Iglesia tiene un producto inmejorable, el evangelio, y cada vez hay menos clientes que quieran comprarlo.
Es obvio que se está vendiendo mal.
Cuanta más cultura (Europa)más gente se depega de la Iglesia, institución.
El autoritarismo ya no sirve, hay que tener autoridad, categoría, no teorica sino práctica.
Yo tenía un compañero médico, que una vez me dijo, "yo respeto al médico que resuelve problemas, no al que sabe mucho pero no lo sabe aplicar".
Algo así, entiendo, les está pasando a los sacerdotes, y no digamos obispos; saben mucha teoría pero la falta de cercanía a los problemas diarios de sus fieles no les permite dar soluciones eficaces y asumibles por estos.
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