miércoles, 9 de junio de 2010

La Puntilla


(Artículo escrito y leído por Juan Manuel de Prada).

Cadena COPE (Programa La Mañana)

Viernes 04 de junio de 2010.

Los antiguos sabían que el amor a la Patria es un sentimiento de naturaleza religiosa. La Patria es la tierra de los padres, la tierra donde nuestros antepasados han sido enterrados, la tierra que explica nuestra genealogía. Admitir la idea de Patria es admitir que estamos ligados, en un sentido de dependencia, a una misión común con nuestros ancestros. Y el soldado que defiende la tierra de sus padres, que ofrece su vida por la misión común que, heredada a través de la sangre y de la tradición, edificaron sus antepasados, está participando de una paternidad común. Una paternidad que se vive como un don del Cielo. Amar la Patria exige una actitud religiosa, de religación ante esa misión común que nos supera y de la que dependemos. Y por eso siempre, en el soldado, el Patriotismo se ha expresado de modo religioso. Así nos lo enseña nuestro padre Homero en quien el plano divino y el plano humano están siempre indisolublemente unidos. Desligar el amor a la Patria de su dimensión trascendente es mucho más que propugnar la neutralidad religiosa del Estado. Es negar las fuentes de las que mana el verdadero amor a la Patria que es conciencia de una misión común y, por lo tanto, es agostar ese amor hasta convertirlo en amor fiambre, en pantomima y aspaviento ridículos. Así, matando el amor a la Patria, que bebe de manantiales trascendentes, se puede llegar a constituir un Ejército sin ideal, una milicia de burócratas sin otro cometido que el cumplimiento de tal o cual ordenanza. Pero nadie ofrece su vida por las ordenanzas. Y un Ejército formado por soldados sin ideal se convierte, tarde o temprano, en una patulea de mercenarios dóciles a los dictados del poder pero incapaces de afrontar sacrificios que exijan la entrega de la propia vida. Porque para entregar la propia vida, hace primero falta que tal vida tenga sentido y esté orientada a la realización de una misión común.

Quienes impidieron que los soldados de Toledo rindieran homenaje al Santísimo en la procesión del Corpus Christi sabían muy bien lo que hacían que no era tan sólo atentar contra costumbres arraigadas sino matar la fuente originaria de la que brota el amor a la tierra de los padres, negar la paternidad común que a todos nos hermana y, de este modo, proseguir su demolición del Ejército, convertido en una triste burocracia sin fe ni ideal, desgajada de la tradición que le da sentido y lacaya de sórdidas directrices ministeriales, convertido, en fin, en un Ejército de tristes esclavos.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Escribe en libertad y sin censuras