lunes, 16 de noviembre de 2009

LA ALFALFA SE CORTA ARRENTE


Hay una tertulia televisada en plena Gran Canaria, a plena luz del día, donde se juntan o les juntan, mandatarios de asociaciones de vecinos a hablar de asuntos que sobrepasan mucho su formación; que es a su vez, de estas personas flojas de contenido y que se manifiestan públicamente, de lo que se vale el behaviorismo para reasentar postulados de su doctrina psicológica que aborda los problemas mediante los estudios del comportamiento.

Así es que no está demás que se exhiban en sus peroratas, saliendo a la luz; pero que sepan que solo están siendo materia de estudio. Activistas sociales a opinar de cosas que van mucho más allá de su bondad y humanidad demostrada. Políticos del terruño, torpes, (necios consumados, doblemente si son licenciados) que pugnan por tener la última palabra. Doctos que creen que su docticidad vale hasta para la falta de dinero; ignorando como doctos que son, que la docticidad solo vale para lo que vale y que no implica tan siquiera la necesariedad de saberse amarrar bien los zapatos.

Autodidactas perdidos en el desierto de los datos solteros, no emparejados ni aparejados, casi inútiles para conformar un equilibrado, sopesado, racionalizado cuerpo de doctrina“vigilados” y ”perseguidos”. Todo ello les da patente de corzo para cuidar mucho lo que dicen y es humano que teman las indeseables consecuencias. Otra cosa es “el por ahí me las den todas” cuando se liberan del preestudio de lo que van a tratar en un número determinado de y día de tertulia.

En un número y día , también determinado cuando se la pasaron desde el principio hasta el fin confundiendo y no diferenciando cruz de crucifijo, ignorando (por lo visto) que crucifijo implica un crucificado o la crucifixión del crucificado, es lo mismo. Lo que ya no es lo mismo: una cruz en una escuela, que una cruz con un crucificado encima (crucifijo) politraumatizado, con las rodillas abiertas, costados hundidos por las lanzas, rozaduras manando sangre, clavado en todos los extremos, con la expresión facial puesta en el más sublime dolor que pueda concebir y plasmar el artista.

Esto no se le debe mostrar a niños pequeños. Debe estar radicalmente prohibido en la enseñanza privada (en la publica por descontado) en absolutamente todos los colegios del país. Hacían distingos, en la dicha reunión, -desde la lamentable ignorancia en que se ceban nuestros “intelectuales”- de colegios públicos y religiosos, respecto de poderle mostrar en los religiosos a los niños un hombre colgado, reventado y muerto peor que una res, que hasta con sus pulmones explosionados por la enorme presión hacia abajo .

Esa es la atrocidad más grande que se ha venido cometiendo con la infancia: obligarles a ver el espectáculo mas dantesco y destructor de la niñez por revolvedor de su equilibrio emocional-psicológico. Atropello que hay que corregir por ser hecho consumado y perpetrado durante siglos y que ya no soportamos. Hay que reparar esa locura subsanando el asombro y terror que esa figura a los niños tanto daño hace. Mostrar a los niños a un hombre destazajado, hecho un ovillo de dolor es : Descomunal, ignominioso, inadmisible, indignante, inenarrable, inmenso, intolerable, monumental, punible, reprobable, ofensivo, tremendo, vituperable, que son solo algunos de los adjetivos que contiene el diccionario euléxico de los abusadores, vividores y desalmados.

Casi en el mismo orden de cosas, y desplegado a todo trapo en defensa de las más débiles criaturas que existen, digo con Fernán Gómez: Además de no mostrarle crucifijos no se les hablará a los niños del paraíso. Ni el maestro, ni la abuelita, ni ningún pariente de edad avanzada (el cura por supuesto se abstendrá). Describen a los niños el paraíso como si vivieran en él o cuando menos lo hubieran conocido en un viaje turístico, y también se lo meten a los niños en los libros de cuentos, en las estampas, en los museos.

Y precisamente se les describe cuando los niños están en él. Luego, de mayores, nos pasa lo que nos pasa, que recordamos aquel paraíso de la infancia, sin enterarnos de que estábamos en él. Porque no había árboles frondosos, verdes praderas, bellísimos animales pacíficos, sin necesidad de domesticación, aves canoras, riachuelos argentinos,… Como no tuvimos nada de aquello, no percibíamos que estábamos nada menos que en el paraíso. Ahora, desde la edad, es cuando recordamos el paraíso de la infancia.

Que el paraíso es una metáfora de la infancia, de la primera infancia, esta claro para casi todo en mundo. Que el paraíso es lo que nos han hecho perder, metiéndonos el terror en los huesos con rezos y cristos despatarrados, solo esta claro para unas pocas mentes claras; a poco que se detengan a pensarlo.

Por eso -entre todo lo demás-, no se debe contar a los niños como es el paraíso, especialmente el extravagante paraíso bíblico; que no les digamos, como nos dijeron a nosotros, que el paraíso era un sitio a donde podíamos llegar. Así, los niños tendrían quizá conciencia de que el paraíso era el tiempo y el sitio en el que estaban, aunque no se cruzaran con animales bellísimos, ni se desprendieran frutos exóticos de las ramas de los árboles, ni fuera comprensible el lenguaje de los pájaros, ni ningún Dios se diera paseos por allí a la caída de la tarde.

En resumen, cruces en las escuelas sí, -como mera representación geométrica- todas las que se quiera al modo de rombos, romboides, trapecios y trapezoides de madera que se puedan colgar en la pared.

Desaparecer los crucifijos de la faz del país para ayudar a preservar la integridad cerebral de todos los niños (asistan al colegio que asistan), que carecen de la más mínima facultad para protegerse. A los tertulios contertulianos en las tertulias de esa tertulia reseñada, les recomiendo que separen la paja del trigo, por lo menos, cuando se lo permitan sus intereses, y, desde luego, cuando les alcance el tino para decir algo distinto de su eterno monólogo siempre idéntico empleando exactas palabras para hablar de geología como si se dilucidara de la genética de la gente de Tenoya.

El Hijo de Maestro Pedro

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