lunes, 2 de marzo de 2009

OBRAS CONTEMPORANEAS EN EL XXV FESTIVAL DE MUSICA


No rechazo por sistema la denominada Música Contemporánea. No soy reaccionario ni conservador a ultranza. Estoy totalmente predispuesto y abierto para recibir y aceptar las innovaciones artísticas -además de las tecnológicas, científicas, medicinales y sociales- siempre que tengan calidad e interés. Llevo más de seis décadas oyendo música y teatro ; viendo pintura, escultura y cine y leyendo literatura, filosofía y poesía.

Siendo niño, cuando estudiaba música en la Academia de la Sociedad Filarmónica, no tuve problemas para admitir y disfrutar con Strawinsky, Prokofieff, Kathachurian, Shostakovich, Schönberg, Wevern, el Berg orquestal no el operístico, Hindemith, Honegger, Bartok, Kodaly, Britten, Penderecki,etc.

Cuando oí por vez primera La consagración de la Primavera y El pájaro de fuego strawinskynianos me produjeron una hondísima impresión y me entusiasmaron aquellos sonidos agresivos y arrolladores además de bellos. Pero a pesar de haber puesto todo mi interés y estar en la mejor disposición de ánimo, he de confesar que el Réquiem, de Ligeti; Osiris, de Pintscher; Spectra sonoris -encargo del Festival y estreno absoluto-, de Cristóbal; y el Concierto para dos pianos y orquesta, de Berio, me resultaron insoportables.

La composición musical actual, en mi opinión-que no pretendo imponer por aquello de que hay colores para todos los gustos, y sonidos también- es mero y puro ruido: se rascan las cuerdas con los arcos en lugar de acariciarlas en los instrumentos de cuerda, se producen auténticos eructos con los instrumentos de viento y se golpean violentamente los de percusión, dando como resultado sonidos ásperos y antiarmónicos; el "canto" es un grito desolador, distorsión de la voz, todo hiriente al oído.

En resumen, la máxima fealdad sonora desde mis cánones estéticos. Se ha roto totalmente el lenguaje musical y solamente se oyen un par de notas, luego otro y después otro, y así sucesivamente sin que se constituya una melodía. Es como si alguien nos hablara con dos letras y a continuación con otras dos, sin formar palabras ni frases, simple balbuceo, y además nos gritara; es la absoluta descomposición del sonido.

El "concierto" -mejor desconcierto- pianístico de Berio es un total aporreamiento del teclado por los intérpretes. Para colmo, como todas las partituras "suenan" o generan ruidos similares no se identifica a sus autores pues no poseen el sello o la personalidad que los caracterice, como sucede con Bach, Vivaldi, Händel, Mozart, Haydn, Beethoven, Brahms, Schubert, Schumann, Chopin, Liszt, Bellini, Donizetti, Rossini, Verdi, Wagner, Tschaikowsky, Mahler, Puccini, Albéniz, Granados, Falla, Strauss, Debussy, Ravel, Strawinsky, Shostakovich, Yves, Gershwin, Bernstein y la gran mayoría de compositores del barroco, del clasicismo, del romanticismo, del impresionismo, del expresionismo, del modernismo, del nacionalismo, etc. La música contemporánea -como la danza, la pintura, la escultura, la poesía, el teatro y la arquitectura- se encuentra, en mi criterio, en un callejón sin salida por la falta de talento de los autores, aunque he de reseñar que Ligeti me sorprendió muy gratamente con el Concert Romanesque, demostrando que cuando quería sabía componer estupendamente con melodía.

Los "contemporáneofilos" -disculpéseme la palabreja- alegan que esta "música" es "progresista", para mí es involucionista hacia la prehistoria musical. Se puede argumentar que algún valor, calidad e interés ha de tener cuando tantos prestigiosos intérpretes -directores, pianistas, violinistas, violoncelistas y cantantes (los menos porque el griterío en que se han convertido el canto destroza las cuerdas vocales)- la ejecutan.

Respeto a estos intérpretes, pero ello no significa en modo alguno garantía de calidad de las obras contemporáneas, porque en ellos -y sin negarles sus conocimientos musicales, muy superiores, por supuesto, a los míos- pueden influir diversas circunstancias extramusicales como la amistad, el compromiso, la filiación política, la imposición, la presión y obviamente la cuestión monetaria si se les paga espléndidamente para programarlas.

Conozco el caso de un afamado tenor actual que declaró que había aceptado cantar en el estreno de una ópera contemporánea por los sustanciosos honorarios que le abonaron porque si no no lo habría hecho. El mundo de la música actual no es el de épocas pretéritas, que fue injusto con compositores de valía que vivieron en la miseria. Actualmente la afiliación o simpatía a un partido político en el poder logra que autores mediocres estrenen sus obras en los principales auditorios y teatros de ópera mundiales. No generalizo en modo alguno, pero en numerosísimos casos es así. Lo afirmo porque me lo han relatado famosos y prestigiosos intérpretes.

También han habido algunos que se han negado a interpretar obras contemporáneas de escasa o nula calidad, como Carlo María Giulini, Herbert von Karajan y Georg Solti, entre varios directores. Este último, en una rueda de prensa en Berlín, a la que asistí, manifestó clara y rotundamente que, salvo contadísimas excepciones con talento y calidad, no le interesaba en general la música contemporánea. Y esto lo dijo en la década de los años setenta del pasado siglo.

¡ Que comentaría del ruidismo, aporreamiento y aserruchamiento en que ha degenerado la composición actual! No asisto a un auditorio o a un teatro de Opera para oír ruidos desagradables, chirridos y gritos semejantes a los que diariamente me perturban en la ciudad. Quiero disfrutar con la belleza sonora, relajarme y no estar en continua tensión anímica. Ya tengo más que suficiente con la cotidianidad de la urbe para tener que soportar una música idónea para películas de terror.

Carmelo Dávila Nieto

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