Antes de que viera la luz de la publicación mi libro ¿La Iglesia católica? Sí; algunas consideraciones, por favor (Madrid, Vitruvio y Nostrum, noviembre, 2011), ya creía ser plenamente consciente, quien estas líneas escribe, no crean que no, de que el susodicho ensayo no iba en modo alguno a suscitar especial júbilo ni suelta de voladores en la Diócesis de Canarias; mejor, en el ánimo de sus principales autoridades, secretariados, movimientos católicos, plataformas informativas o mediáticas incluso. Sin embargo, mis realistas expectativas se han visto, apenas mes y medio después de recibir los primeros ejemplares de mi libro, confieso que ampliamente sobrepasadas por la contundente realidad de los hechos: no es que no haya habido ni júbilo ni suelta de voladores, es que se ha decretado sobre el libro en cuestión el más implacable de los silencios, de los ninguneos, de los desprecios.
Sostiene el editor de mi libro -los escritores consagrados dirían mi editor, uno no llega a tanto- que aún es muy pronto para hacer una valoración sobre el éxito o no éxito de público y crítica de la obra. Por mi parte, a la espera de ese éxito de público y crítica y confiando plenamente en la experiencia y el buen hacer editorial y gestor de Pablo Méndez, poeta, crítico literario y responsable de Vitruvio, en apenas mes y medio de labor de promoción y difusión del libro ya me siento validado para afirmar lo que acabo de apuntar: la indiferencia y el desprecio son las monedas con que me están pagando desde la Diócesis de Canarias muchos que, pudiendo no actuar así para conmigo y sobre todo para con mi libro, actúan desde el hipócrita desprecio. Y luego hablan de solidaridad, fraternidad, espíritu del Concilio Vaticano II, Iglesia Pueblo de Dios, Iglesia como comunidad de iguales... Hasta los jerarcas a menudo hablan así; eso sí, exigiendo que ellos son ilustrísimas, eminencias reverendísimas y demás zarandajas completamente ajenas al espíritu de Jesús. De manera que sí: cuánto estoy aprendiendo... La hipocresía eclesial ya es gigantesca.
Y significativo todo, sí. Significativo de que si me pagan con el desprecio y el ninguneo no es sino por la carga de verdad que mi libro contiene. (Para los más escépticos, asumo plenamente la afirmación que acabo de aventurar.) En efecto: poner el dedo en la llaga sobre la patética crisis de fe y sobremanera de credibilidad que afecta a la Iglesia católica en España, por no irnos más lejos sin salir de Europa, es algo que no gusta nada, parece, ni a los propios jerarcas de la Iglesia, comodones, trepas, mediocres, burócratas e hipócritas a tope algunos de ellos. Como tampoco gusta, ni interesa gran cosa, denunciar no solo los altos niveles de hipocresía eclesial actuales, también el descarado nepotismo imperante en la Iglesia (enchufismo, amiguismo, tráfico de influencias...), el burocratismo antimilante y desencarnado, el trepismo de no pocos, o el falso progresismo mundanizante de otros tantos, todo ello bendecido por curas supuestamente chachipirulis, muy progres ellos, en realidad afectos a un descaradísimo afán de protagonismo.
Como bien reconoce el bueno de Santiago Gil -acaso uno de los jóvenes escritores más interesantes del panorama literario canario de nuestros días-, abrirse paso en el mundillo literario es complicado, es una empresa que es carrera de fondo, pues el propio mundo literario, local y nacional y allende las fronteras patrias, no solo es realidad compleja, diríase que vanidosa, sujeta a equívocos y volubles intereses mercantilistas, sino que es realidad que está en constante transformación merced a la sorprendente revolución tecnológica que estamos viviendo: Internet, aparición del libro electrónico, impacto y papel de las redes sociales... Con todo, repito por tercera vez, aun asumiendo el reto que a mí mismo me imponen como escritor las dificultades que acabo de señalar, que en apenas mes y medio de vida de mi último libro (como puede colegirse, apenas un bebé que ni gatea aún) al menos he alcanzado a comprender que el tremendo y despectivo silencio decretado contra el mismo por no pocos de la Iglesia católica en Canarias, es la mejor demostración de la verdad que contiene mi ensayo; ergo, cabalgamos, amigo Sancho.
Gracias por este regalo de Reyes. Total, el Niño Jesús en su pesebre, al abrir los ojos... En fin, ya adulto diría aquello de “El discípulo no puede ser mayor que su maestro”.
Enero, 2012. LUIS ALBERTO HENRÍQUEZ LORENZO
viernes, 6 de enero de 2012
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