Ciertamente, la emoción estética que nos produce la música y la
consecuente elevación espiritual que la misma nos
proporciona a menudo, conectan con la dimensión misteriosa de
la existencia humana, de la condición humana misma; para mí, abierta a la
Trascendencia (con mayúscula), puesto que, de no ser así, sigo sospechando
que...
Bueno, lo de aquel pensador que decía: "Todo pensamiento no decapitado
desemboca en la trascendencia". O lo que viene a ser similar, confluyente,
muy caro al pensamiento teológico de Karl Rahner (una de las cimas de la
teología católica del siglo XX): "Frente a la última palabra que
tendrían, escatológicamentehablando,
lo absurdo del dolor, de la
enfermedad, de la contingencia y de la misma muerte, solo la existencia de Dios garantiza la bondad definitiva de la creación" (cursivas mías).
Luego de leído el post de Jose Arregui (Atrio:
"Otra música, la música": 16/1/2013 ) y dado que, aunque melómano
empedernido que no se imagina la existencia sin la música (tampoco sin el cine)
y que se reconoce capaz de emocionarse tanto con una pieza de J. S. Bach como
con una de Duke Ellington, pasando por la música popular brasileña hasta
desembocar en la joven música de autor española, de técnica musical, decía, sé
lo que el conocido Bartolo (aquel que dicen que ni sabía tocar una flauta con
un agujero solo), o sea, nada, como quien dice, me gustaría compartir una
reflexión que curiosamente hace días que me ronda la cabeza, precisamente desde
que por pura casualidad escuché un cedé de la intérprete vasca (de la patria
chica de José Arregui) Ainoha Arteta. Se trata de un disco en que interpreta
piezas muy conocidas de la música popular.
Ainoha Arteta es una intérprete magnífica, sobre todo de música clásica; no
añado nada con afirmar algo sobre lo cual hay consenso entre la crítica
especializada y el público. En ese disco, interpreta canciones tan
universalmente celebradas como el “Ne me quitte pas”, de Jacques Brel, “Tears
for Heaven”, de Eric Clapton (dedicada por el músico, llamado “mano lenta”, a
su hijo de cuatro años fallecido a consecuencia de una caída desde una altura
de un montón de pisos), o “Lamento borincano”, de Rafael Hernández Marín.
Precisamente es sobre esta tercera canción que he señalado sobre la que querría
centrar mi reflexión. Se trata, como ya he adelantado, de una pieza escrita “en
el exilio” norteamericano, en el año 1929, por el compositor de música popular
Rafael Hernández Martín. En esta canción, el intelectual iberoamericano
describe las duras condiciones de pobreza, de miseria incluso, en que viven los
campesinos de Puerto Rico, en el primer tercio del siglo XX; de ahí el título,
“Lamento borincano”, pues Borinquen es el nombre ancestral de Puerto Rico.
Cantada por un amplio repertorio de cantantes de estilos muy diversos, hasta de
música clásica, como Plácido Domingo y la citada Ainoha Arteta (también, Los
Panchos, José Feliciano, Caetano Veloso, Chavela Vargas, Los Indios Tabajaras,
Sonora Santanera, Alfredo Kraus, Cuco Sánchez, Javier Solís, Marc Anthony…),
conozco la versión que de ese tema entrañable que ya es, por derecho propio,
parte de la cultura popular de Puerto Rico y aun de toda Iberoamérica,
incorporó a su disco Canto libre (aparecido en el año
1970), el chileno Víctor Jara.
Adonde quiero llegar: me gusta la forma como canta o interpreta Ainoha Arteta
ese himno de los pobres que es “Lamento borincano”. Sin embargo, me emociona más la forma interpretativa de Víctor Jara,
que acaso poseyera mucha peor técnica interpretativa como cantante que Ainoha
Arteta, pero que, desde luego, otorga a su interpretación una emoción tan
honda, tan como extraída de la mismísima entraña del pueblo…
Es como si me pareciera necesario considerar que el chileno Víctor Jara -quien
pasó, como bien se sabe, de una primera juventud muy católica, que le llevó a
ser postulante o novicio de una determinada orden religiosa, a una militancia
izquierdista y a una toma de opción política muy clara, que le acabaría
costando la vida- es capaz de traducir mejor toda la
carga emotiva de esa canción del pueblo, por ser justamente él parte esencial
de ese pueblo empobrecido, oprimido, por cuya liberación él entregó su vida.
En Ainoha Arteta sobresale una estupenda técnica interpretativa, en tanto en
Víctor Jara -que a mi juicio no era un mal intérprete tampoco, desde un punto
de vista estrictamente técnico, musical- lo que impacta es
toda la carga de profunda emoción como arrancada de la entraña del pueblo, de
las raíces del Pueblo, escrito adrede ahora con mayúscula.
Por supuesto, he escrito esta reflexión, que me ha llevado menos de media hora,
calculo, escuchando canciones de Víctor Jara, luego de haber apagado el
noticiero de la radio… Total, el tema preferente ya me lo sé, sigue siendo el
mismo de hace años, hasta por experiencia personal lo conozco: el drama del
paro que no cesa, este país llamado España que no levanta cabeza, los políticos
que se acusan unos a otros de ser los responsables causantes y de no arreglar
nada, en tanto ellos y ellas, políticos profesionales, lo que sí tienen casi
siempre arreglado, y bien arreglado, es su patrimonio, sus cuentas corrientes,
sus tarjetas bancarias...
Esto es lo que quería compartir.
Postdata:
Como en el hilo al post de José Arregui en Atrio ha aparecido el nombre del
papa Benedicto XVI a cuento de lo melómano que es el Papa alemán, quien por
cierto toca el piano y es invariable admirador de la música de Mozart (¿y quién
no?, Mozart es sublime), por lo que sé del Joseph Ratzinger melómano, por lo
que a propósito de la música él mismo confiesa en un libro suyo que leí hace
años traducido al español como Cooperadores
de la Verdad, apuesto a que no le gusta la música de Víctor Jara; ni
en general, la llamada canción de autor, música de cantautores,
comprometida, militante, en
cuyas filas podríamos nombrar a autores que van desde Bob Dylan, Joan Báez,
Leonard Cohen y Joni Mitchel, canadienses estos dos últimos, hasta
Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, pasando por el citado Víctor Jara hasta
llegar a nuestros días con figuras más actuales como Pedro Guerra, Ismael
Serrano, Javier Álvarez, Rosana, Migueli y Luis Guitarra (cantautores de
inspiración cristiana estos dos últimos) . Y un largo etcétera de docenas
y docenas de nombres.
Le sonará demasiado subversiva la música popular de algunos
cantautores, próxima a la Teología de la Liberación: en el caso de Víctor Jara,
clarísimo ese parentesco; o Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina, con su
misa campesina nicaragüense; o incluso el propio Milton Nascimento, de quien
tan devoto soy (coincido con Caetano Veloso en suVerdad tropical: "la de Milton es la más hermosa voz de
toda la música popular a escala planetaria"), con su Misa de la tierra sin males, con
texto del obispo Pedro Casaldáliga, quien a su vez opina de Milton Nascimento:
"Canta Milton: no es posible que las estrellas no parpadeen".
Por lo demás, los gustos musicales del Papa me parecen
indiscutibles: ya he dicho, ¿quién con un mínimo de sensibilidad puede afirmar
que no le gusta la música de Wolfgang Amadeus Mozart, que no le eleva el
espíritu escuchar cualquier pieza del genio austriaco? Sin embargo, creo que
Benedicto XVI es un pelín (o acaso bastante) conservador en sus gustos
musicales, esto es, en no abrirse a la belleza de otras músicas del mundo, que
no tienen por qué ser música clásica para ser bellas, emotivas, y hasta
elevadoras del espíritu humano.
(Al menos, que yo sepa, Benedicto XVI no ha reconocido nada sobre el
particular; vamos, que parece muy distante de lo que dijera nada menos que
Frank Zappa, aquel músico tan genial como irreverente, antisistema, ácrata, no
poco ácido y burlesco: "Me gustan casi todas las músicas". Y buena
muestra de ello: se atrevió con prácticamente todos los palos el ya fallecido
Frank Zappa, incluida la música clásica, como compositor y como intérprete.)
No digo que el Papa tenga que compartir el coqueteo con las
drogas del que se ha hecho frecuente apología en el mundillo del rock,
prácticamente desde sus inicios u orígenes hace casi 60 años -y ni que decir,
que hasta feo queda decirlo, el luciferismo y satanismo que ha hecho aparición
en algunas movidas del mundillo del rock-, pero ello tampoco debería ser
obstáculo para no reconocer que en el llamado rock sinfónico, por ejemplo -que
sigue siendo uno de los estilos o variantes que más me siguen atrayendo de la
escena del rock, a pesar de las décadas que ya contemplan su momento fulgurante
de esplendor y gloria-, hay momentos musicales de auténtica elevación del
espíritu; no en vano, la obra de grupos como Pink Floyd se inscribe en esa
corriente del rock sinfónico o progresivo llamada no en balde rock místico. Que no ha muerto, a pesar de la
barrida que en su momento pegaron otras corrientes del rock como el punk, o teniendo en cuenta que las
grandes superbandas del rock progresivo (las enumero según mi gusto o
preferencia: Pink Floyd, Genesis, Yes, King Crimson, Emerson Lake & Palmer,
Supertramp, Camel...) ya no están en la escena del rock internacional.
Asimismo, en muchas músicas folklóricas de todos los pueblos,
late la entraña del Pueblo, de Juan Pueblo (Jonh Donne, que sería en inglés). Y
si se afirma que la Iglesia es el Pueblo de Dios, ¿qué mejor que el hecho de
que el Papa pudiera reconocer -si es que no lo ha hecho ya, no me consta, en
alguna alocución pública, en algún documento escrito, en alguna de sus
catequesis...- que muchas músicas populares, que no son música clásica -que es
la que él prefiere, tiene uno la impresión o sospecha de que con desprecio de
las músicas populares-, también elevan el espíritu humano, también contribuyen
a construir la ciudad secular, también denuncian las injusticias, también
ahondan en el contradictorio misterio de la condición humana, también son a
menudo un grito dirigido a Dios...?
Guinda (como postre):
Dado que este artículo también lo he subido a mi blog
(http:ayporquenosoycomodonquijote.blogspot.com.es), recomiendo dedicar una hora
que se tenga libre a la audición de la entrañable pieza "Lamento
borincano", en el máximo de versiones posibles. Hoy los
"ilimitados" archivos de Internet lo hacen posible, no siempre con
notable calidad sonora, pero menos da un peine... al alcance de la mano, o sea,
de unas teclas y unos enlaces.
A decir verdad, en todas las versiones que, con mejor o peor
calidad sonora me he permitido escuchar, en solo un día, de ese tema tan
emblemático de la música popular de Borinquen, también escrito Borinquén, o
sea, Puerto Rico, las condiciones de pobreza descritas en que vivieron los
jibaritos (campesinos vendedores de mercancías, en Puerto Rico), me parece
aprehender una magia de notas (musicales) que quiere ponerme en sintonía
con un misterio que sería de otras notas (espirituales, religiosas).
En el caso de la versión del malogrado Víctor Jara, esa sintonía
con el misterio queda reforzada por la emoción que me sigue confiriendo la
forma interpretativa del cantautor, folklorista y activista socia-cultural
chileno.
Enero, 2013. LUIS ALBERTO HENRÍQUEZ LORENZO. Profesor de
Secundaria. Licenciado en Filología Hispánica. Estudios de Filosofía y
Teología.